jueves, 11 de septiembre de 2008

INVISIBLES E INDIVISIBLES

Hace unos días recibí un envío postal procedente de Palma de Mallorca. Llegaba con más de dos semanas de retraso y ya había empezado a inquietarme sobre el incierto destino del paquete. Afortunadamente, una mañana abrí el buzón y allí estaba el aviso de correos, fechado el día 22 de agosto (aunque estábamos a 5 de septiembre). Remitente: el poeta Federico Gallego Ripoll, con quien había tenido una conversación telefónica a principios de agosto, en la que me anunciaba el envío. Contenido: libros, poesía de la mejor cosecha, que me augura algunas lecturas emocionantes (a juzgar por lo que ya he podido leer) y una carta inolvidable de Federico, hombre pulcro y cuidadoso en la presentación, entrañable y exquisito en sus palabras, afectuoso y solidario en su intención. En la misiva (que no voy a reproducir, por razones obvias) me habla de poesía, de la libertad de que gozamos los poetas "invisibles" (utilizando su acertada terminología) y de mi libro Los bosques de Wisconsin, que le hice llegar hace algún tiempo, poco después de que nos conociéramos en una visita suya a Barcelona con motivo de su participación en el ciclo De pensament, paraula i obra, del Aula de Poesia. A través de sus palabras pude ver claramente a un hombre que vive la poesía, que la siente profundamente dentro de sí y que sabe buscarla y hallarla en las cosas que le rodean, y también en los poemas que llegan hasta sus manos. Cómo se acerca al poema sin prejuicios, con toda la amplitud de los sentidos, y lo lee, lo dice, lo escucha, lo palpa, lo huele, lo bebe, lo respira para hacerlo suyo, si el poema quiere darse a él, si está escrito para que él y todos los demás "él" a los que pueda alcanzar estén en disposición de apropiárselo, tomarlo para sí y guardarlo para siempre en su interior. Esa carta me hizo apreciar, una vez más y con toda intensidad, que la poesía, además de las satisfacciones o preocupaciones que pueda proporcionarnos a los que nos dedicamos a ella, nos da, por encima de todo, la posibilidad de conocer amigos excepcionales, buena gente con la que compartir momentos agradables, inquietudes e ideas. Gracias, amigo Federico, por tus cálidas palabras y, sobre todo por ese amor que demuestras a la poesía y ese cariño y esa solidaridad con los poetas; por saber hacer de todo ello algo especial y hacer que los demás nos sintamos especiales en este oficio a veces ingrato de amontonar versos sobre nuestras espaldas.

Empecé la lectura de Los poetas invisibles (y otros poemas), V Premio Emilio Alarcos (Visor, 2006), y ya no pude detenerme hasta el final del libro, con su apoteósico "Lo desandado", mezcla -creo- entre poema de amor y poética, que emociona por su belleza y por la implicación del "yo" con el objeto, profunda y trascendente, hasta definir la existencia en términos de necesidad, de deseo y de vacío cuando el yo se despoja del objeto de deseo. Después de los invisibles, dediqué una mirada rápida a los otros libros, e hice un hallazgo que me resultó conmovedor. Siempre me han interesado especialmente los poemas que hablan de la poesía y de la figura del poeta. Todavía recuerdo los versos de García Montero en su maravilloso "Figura sin paisaje", en Habitaciones separadas:


FIGURA SIN PAISAJE



He vendido mi alma dos veces al diablo
por monedas de niebla y curso clandestino
en países que nadie se ha atrevido a fundar.
Un realista que vive el mundo de los sueños,
un soñador que quiere vivir la realidad.
Mal destino es el tuyo, así te va.




Algunas veces, cuando he participado en lecturas, he recitado ese poema diciendo siempre: "voy a recitar un poema mío que escribió Luis García Montero", para que los asistentes, con ese juego, esa broma, pudiesen comprender hasta qué punto había llegado a identificarme con esa "figura sin paisaje" y con esa idea, digamos romántica, aunque no por ello menos real, del poeta.
Ahora, en Quién, la realidad de Federico Gallego Ripoll (Premio Jaén de poesía, Hiperión, 2002) he encontrado otro de esos poemas que hubiera querido escribir yo, y que ya considero mío, por la manera en que me siento implicado con su contenido y por la belleza con la que Federico retrata las que podrían ser señas de identidad, a mi entender, de cualquier poeta.
Transcribo la pieza.


NINGÚN POETA EXISTE

El que no soy, y escribe, ama la música.
Ningún poeta existe. Como humo
o pavesa, se limita
a copiar el temblor que en el agua produce
el vuelo del avión o el pájaro asustado.
Es quien antes lo advierte.
El poeta
es el trozo de muro sobre el que el sol proyecta
el alma del vitral,
quien al mojar
sus manos en el río siente
en el frescor que escapa
el latido del corazón de cada
pez, de todos los peces.
Ningún poeta existe,
pero te cuenta, sin cesar,
lo que la vida ve desde tus ojos.

Gracias, Federico, por tu poesía y por tu amistad (y disculpa por no haber sabido alinear los versos tal y como tú los escribiste, pero es que no consigo dominar esta máquina extraña que llamamos ordenador). Algunos seremos tan invisibles como ciertas miradas quieran hacernos, pero otros -como tú- con sus escritos y con su actitud, se presentan como hombres enteros, de una pieza, y se hacen visibles a golpe de verso e indivisibles del poeta que llevan dentro.

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