miércoles, 6 de agosto de 2008

UNA POETA QUE NO TEME A LAS PALABRAS

No abrigar temor alguno a las palabras es un privilegio del que no todos (ni siquiera muchos escritores) gozan. La poeta LAURA FERNÁNDEZ MAcGREGOR no les teme (o al menos no demuestra ese temor en sus escritos).

Tuve ocasión de conocer personalmente a la poeta con motivo de la presentación de sus libros en Barcelona, el pasado mes de mayo. Participé en una mesa bien nutrida de escritores y críticos que hablaron acerca de sus versos, cada uno de ellos desde una perspectiva diferente y personal. Fue un placer y un honor formar parte de aquella mesa, acompañando a Iago de Balanzó (ex-presidente del ICCI, entre otras cosas, y magnífico poeta en la intimidad), a los mexicanos Eduardo Luis Feher (escritor de gran experiencia y larga y fecunda trayectoria), José Jorge Prado (psiquiatra y buen conocedor de la obra de Laura), Isabel Pinar Roa (actriz que puso voz con exquisita sensibilidad a los poemas) y Marcenia Baqués, Maestra de Ceremonias y compañera de viaje poético desde hace años, gracias a su hospitalidad durante su gestión como propietaria y directora de la galería PER.FOR.ART ESPAI.

Los poemas de Laura Fernández MacGregor me llevaron a un universo femenino en el que el amor es inseparable del deseo y del encuentro de los cuerpos. Clara y directa, muy explícita en algunos momentos, natural, auténtica, ardiente por su contenido pero fresca en el modo de presentar el continente, su poesía es una elegante y elocuente muestra de cómo la serenidad de la madurez convive con el fuego del deseo. Como cualquier poética que se precie, la de Laura basa su autenticidad, creo humildemente, en la capacidad de reconocimiento del lector o lectora en sus versos. Tengo por norma no asociar obra poética con biografía o circunstancia personal, la cual ni niego ni afirmo, y creo que cualquier juicio literario debe prescindir -en primer término- de dicha relación, aunque un análisis en profundidad pueda requerir, finalmente, una atención mayor a la figura del autor. Los poemas de Laura Fernández MacGregor conmueven por su sencillez y por la naturalidad con que afronta el lado más carnal de las relaciones, aunque no se agotan en ese discurso, sino que buscan las profundidades a través de la comunicación entre el cuerpo y el alma, en una especie de erotismo espiritual de gran expresividad y belleza.

No era mi intención comentar su poesía, cosa que prometo hacer en breve, sino aproximarme por escrito y en este cuaderno a la autora, y aprovechar para expresarle mi agradecimiento por su cálida y generosa invitación y, ya puestos, reproducir uno de sus poemas (de los más bellos de su producción, para mi gusto) que me ha movido a escribir algunos versos deudores de los suyos y que quiero dedicarle en señal de cariño y agradecimiento. Laura no teme a las palabras y las emplea en toda su amplitud, en beneficio de la poesía y sin la prevención que demostraba, por ejemplo, Joan Margarit en su excelente poema Perills (en "Els motius del llop" -"Los motivos del lobo"-): "Tot acaba assemblant-se al nom que hem somiat / i nosaltres mateixos / a les paraules de la nostra vida." ("Todo acaba pareciéndose al nombre que hemos soñado / y nosotros mismos / a las palabras de nuestra vida").

Transcribo los poemas: el de Laura primero, y después el mío. Gracias, Laura, por la inspiración. Aunque la única relación entre uno y otro poema resida en la constatación del vacío ocasionado por la pérdida.


EL MUELLE O LA GAVIOTA

Hoy contemplo la marea baja
y me siento como esa playa:
todavía húmeda de ti,
sin embargo desolada.

La playa es gris.
Se asemeja a mi vida
incolora sin ti.

Las gaviotas revolotean desconsoladas
porque ayer el hombre destruyó
su última morada:
un viejo muelle.

No sé si soy
el muelle o la gaviota...

[Laura Fernández MacGregor]




ROMPEOLAS

[a Laura Fernández MacGregor]


Aquí, donde se nombra la derrota
y ya no queda tiempo para reconstruir,
se oscurece el paisaje
y pasan de largo los barcos
en busca de otros puertos.
Todo el color declina,
como a un paso de la demolición.
Veníamos aquí,
a dar fe de la infancia, de la vida
que tanto prometía,
y con piedras y olas
matábamos la tarde
entre viejos pescadores
y parejas de amantes.
Ahora todo anuncia
un gris de decadencia,
un sórdido abandono
de ciudad olvidada
y de mar en penumbra.
Vivíamos la infancia
y ésta era la casa de los sueños.
Ahora que anochece
y la casa se hunde entre las olas,
tomo plena conciencia del desastre.
Ya no hay tiempo sobre el que edificar
rocas, peces, amantes, pescadores,
sueños.
Solamente la duda
y ese vértigo de lo indefinible
ante el rompeolas
anclado en el vacío de la pérdida:
no sé si soy morada o morador.


[J. A. Arcediano, agosto de 2008]

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